sábado, 28 de septiembre de 2013

Gameover.

Te acabas de enterar de la noticia.
 Tienes dos opciones, o derrumbarte delante de todo el mundo o exprimir esa pequeña parte feliz que te queda y derrumbarte luego a solas cuando llegues a casa. Eliges la segunda, no quieres que nadie te vea así, ni tener que dar explicaciones luego. Claro que en ese ''nadie'' destaca él. No tienes derecho a enfadarte, a derrumbarte, porque él no te debe absolutamente nada. Pero te jode que juegue contigo mientras que es ella la que le importa. Vale, él no es el único culpable de esto. Si tú no hubieras participado esto no estaría sucediendo, pero entraste en el juego, y lo peor de todo es que empezaste a jugar estando enamorada. No se como acabaste enamorándote, no sabes por que entraste en el juego y tampoco sabes como abandonar la partida, lo único que puedes hacer es caer, caer poco a poco, dolorosamente, pero sin llegar a tocar fondo nunca. Esta debería ser la derrota final, esta noticia debería ser el gameover, pero en vez de eso, en vez de ir, lo único que haces es tropezar de nuevo de una forma dolorosa e inesperada. Te preguntas por qué eres tú la única que pierde siempre, y llegas a la conclusión de que quizá esto no sea un juego, que no sea más que una partida en la que tú eres la única jugadora.

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